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21 marzo, 2023
EL AMOR EN TIEMPOS LÍQUIDOS (I)
LA DERIVA HACIA UNA SOCIEDAD LÍQUIDA
Son numerosos y diversos los conceptos con los que contamos para hacer referencia a los tiempos que nos están tocando vivir. Cada uno de ellos indica un aspecto social a nivel global: el exceso de información que nos alcanza desde todas partes (noticias, podcast, post, stories, notificaciones…), el afán de conocimiento rápido y accesible (“San Google”), la conexión virtual superando distancias físicas y temporales, etc.
No obstante, el término que posiblemente englobe el inmenso panorama de rasgos actuales, tanto sociales como de los individuos, es el que muestra gráficamente cómo nos movemos, cómo percibimos la realidad y las distintas perspectivas, cómo nos relacionamos, cómo consumimos, etc. Pertenecemos a una sociedad líquida, y hemos asumido las características de este estado.
Hemos dejado atrás aquellos rasgos que forman parte de nuestra definición como seres humanos: la fe, la creencia, ha quedado relegada por su incapacidad de mantenerse unida. La ruptura interna de la Iglesia con la Reforma protestante ha influido de manera relevante dando lugar a desconfianza, sospecha, y, especialmente, la subjetividad: si se puede interpretar de modo personal el texto más sagrado que existe, ¿cómo no se va a reinterpretar, incluso, “recrear” otras realidades? ¿Cómo no vamos a sustituir el papel en apariencia único de Dios si podemos otorgar nuevas percepciones de la identidad de distintos elementos?
Dios fue sustituido por el poder de la razón ilustrada en el siglo XVIII, por el ser humano. Desde este momento cobró vida nuevamente de forma palpable, incluso socialmente más reconocido, la esencia y consecuencia de la tentación original de los primeros humanos: una soberbia encubierta tras el velo de un lenguaje tergiversado. El hombre tomó el papel de dios y comenzó su camino hacia la plena autonomía, independencia, narcisismo… En definitiva, hacia el individualismo.
Por tanto, se dio un paso más: la emoción es lo único que nos puede permitir alcanzar y asegurar la libertad absoluta, pues protege el bien individual.
Sin embargo, se comprobó que ni siquiera la razón había garantizado el progreso, la paz… Es decir, no había servido para proteger el bien común, transformado en los tiempos de la Ilustración en mero interés general. Por tanto, se dio un paso más: la emoción es lo único que nos puede permitir alcanzar y asegurar la libertad absoluta, pues protege el bien individual.
Se ha conseguido “derretir los sólidos” con la subjetividad: que cada uno construya su interpretación de la realidad, de los vínculos sociales o familiares, la historia, e incluso, la identidad.
Se podría afirmar una ventaja de esta transformación en seres líquidos: la flexibilidad y la adaptación. Un material rígido por su solidez puede encajar en un lugar, pero si no lo hace, no sirve o se solucionaría con un quiebre de su forma. En cambio, un líquido se adapta a la forma que lo contiene: este rasgo nos permitiría una mayor adecuación al entorno, una apertura hacia otros modos de pensar y de ser. ¿Cuál es el problema? Despreciar el contenido estable, que es lo que nos posibilita la construcción de nuestra identidad y el asentamiento de nuestras relaciones. Lo único que importaría sería mantener ese estado líquido, por lo que acudimos al mundo para contemplar las innumerables oportunidades que nos aguardan para realizar constantes elecciones sin comprometernos con ninguna. Se considera una opción buena si es pasajera y efímera, como nuestras emociones que nos hacen ser más auténticos, libres… y sin proyección vital ni identidad.
EL NUEVO CLAMOR: CARPE DIEM!
El yo interior rige absolutamente todo, por tanto, reconstruimos cualquier verdad o elemento separándolo de su genuina, o natural, realidad. Para ello, ha jugado un papel activo la disociación del tiempo con respecto al espacio: ya no nos interesa la duración o permanencia. Bauman habla de una concepción del tiempo “puntillista”: un profundo “carpe diem” que nos esclaviza en vivir en un “ahora” constante, la línea o círculo del tiempo como progreso y tradición ha sido sustituido por un punto. El mundo de oportunidades que mencionábamos procede de los aleatorio, lo imprevisible, la novedad… lo que nos conduce a vivir de forma acelerada para no perder nada, y a la cultura del descarte, tan nombrado por el Papa Francisco.
En definitiva, nuestros deseos, emociones y anhelos se ven brevemente satisfechos en el consumismo. El mercado ha sabido jugar sus cartas en estas circunstancias, de modo que ofrece continuamente productos que tratan de saciar la inestabilidad de nuestras necesidades creadas. Esta realidad ha ido permeando hasta convertir a las personas en otros productos que consumir, descartar o elegir cuando se quiera. Incluso, el cuerpo de uno mismo se ha transformado en algo liviano, y que se necesita modificar según el sentimiento de ese instante pues se concibe como un límite: “yo soy una cosa, y mi cuerpo otra”.
HACIA UNA DESINTEGRACIÓN DE LA IDENTIDAD
No obstante, para construir y poseer un proyecto vital sería necesario un equilibrio entre ambos: seguridad que procede de la familia y la conciencia de una identidad, e itinerarios posibles para desarrollarse.
Este hecho conlleva una desintegración de la propia identidad, que antes hemos mencionado con cierta ligereza. La identidad viene dada en parte por la naturaleza biológica y, de modo fundamental, por la conciencia de filiación. Sin embargo, a partir de la Industrialización se han dado una serie de cambios (desaparición de la relación vertical con una autoridad dañada por parte del padre, la relegación de la transmisión del saber por la aparición de máquinas, la salida de la madre al trabajo…) que han influido en el concepto de familia y relaciones. Anteriormente, existía una mayor seguridad vital por el autoconocimiento de una persona, su familia y circunstancias, y a partir de estos momentos, en cambio, siendo menor esta seguridad, hay más libertad en cuanto a seguir un itinerario vital. No obstante, para construir y poseer un proyecto vital sería necesario un equilibrio entre ambos: seguridad que procede de la familia y la conciencia de una identidad, e itinerarios posibles para desarrollarse. Tomo unas palabras de Bauman que sirven de síntesis y que clarifican algunas ideas:
“… la cultura consumista se caracteriza por la presión constante de ser alguien más… cultivan un constante desafecto hacia la identidad adquirida y el conjunto de necesidades que esa identidad define. Cambiar de identidad, descartar el pasado y buscar nuevos principios, esforzarse por volver a nacer: son todas conductas que esa cultura promueve como obligaciones disfrazadas de privilegios”. Este autor llega a afirmar que la identidad supone una condena, pues se percibe como algo determinista, y nos acuña el término de “humanos sincrónicos”, es decir, atados únicamente al presente, desdeñando el pasado y restando importancia a las consecuencias futuras.
Pronto publicaremos la segunda parte del artículo
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ELVIRA LORENZO López (Madrid, 1990) es filóloga, apasionada de las palabras, los libros y el lenguaje. Se dedica profesionalmente a las áreas de alimentación y alojamiento en el sector Hospitality.
Lleva escribiendo desde muy pequeña: narradora de historias, necesita profundizar en la realidad, el corazón y la mente de las personas, los hechos… para poner palabras, nombrar. “Con ellos puedo verme metida en circunstancias y situaciones que quizá no viviría, y así desarrollo una visión mucho más amplia y me hago capaz de comprender más profundamente a las personas con las que me cruzo. Es como si viviera más vidas además de la mía”.
Ese mundo de palabras la conduce a su trabajo: ambos se integran con el único fin de poner a la persona en el centro; las palabras le permiten “encontrarse” con la materialidad de la gente para impulsar su crecimiento y cuidado al máximo. Además, se implica en muchos proyectos de formación y desarrollo de jóvenes, relacionados en su mayoría con su trabajo.
Es autora de un blog de literatura y escritura: Sonido de ánsar; donde sugiere libros, y publica textos de autores reconocidos, de lectores del blog y escritos propios (poesía, relato, prosa poética).