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29 abril, 2024

Con m de madre

Te pueden contar cómo es ser madre. Puedes intentar acordarte de lo que hacía tu propia madre cuándo eras pequeño. Puedes inspirarte en grandes mujeres de la historia. Pero creo que es imposible saber lo que es la maternidad hasta que lo experimentas en primera persona.

Tuve el privilegio de serlo con tan sólo 23 años – cosa poco común hoy día – las cosas como son. Jaume, mi marido, por aquel entonces me decía incrédulo: «¿serás capaz de renunciar a tantas comodidades como las que tienes ahora?” Le aseguraba que sí, pero creo que hasta que no me vió con nuestro primer hijo en brazos, no se lo creyó.

Ciertamente no es que una se convierta en superheroína por haber engendrado nueves meses a una criatura en su vientre (con todos los inconvenientes que eso supone), por haber dado a luz, ni por haber sobrevivido a años sin dormir más de 4 horas ininterrumpidas. Si a mi me llegan a decir – con lo dormilona que era antes – que aguantaría más de una década durmiendo tan poco ¡no me lo habría creído!

Hay cosas que sólo se hacen por amor, está claro; pero no es sólo eso

Nunca pensé que podría hacer tantas cosas con sólo una mano mientras sujetaba con la otra a mi bebé; ni que no me importaría ir hecha “un churro” a la calle teniendo un dolor de cabeza considerable por falta de sueño. Hay cosas que sólo se hacen por amor, está claro; pero no es sólo eso: durante esos años de intensa crianza en los que no podía prestar atención más que a las necesidades físicas de mis bebés (los dos mayores se llevan 15 meses), descubrí que no tenía que estar a la altura de nadie ni de nada, porque – al ser una madre creyente – sabía que Dios estaba conmigo en las pequeñas cosas, en los pequeños momentos, aunque no tuviera tiempo apenas para rezar sin quedarme dormida o leer una página de un libro que no fuera sobre crianza.

Durante esos años en los que que viví inmersa en una especie de «túnel negro» cuya salida quedaba lejana; fue cuándo descubrí – gracias a la ayuda de una persona cercana – que, precisamente haciendo lo que hacía y sencillamente ejerciendo y siendo madre, podía crecer, sacar lo mejor de mí, realizarme como mujer y como persona: ganamos en ternura y paciencia mientras bañamos a nuestros hijos deseando que dejen de salpicar y poner todo el suelo perdido, crecemos en cariño y magnanimidad mientras les damos el pecho meciéndonos en una silla para no quedarnos dormidas (insisto en el tema del sueño porque realmente para mí fue crucial, como podéis intuir). A veces pensamos que sólo los que realizan grandes hazañas como irse de voluntario a un país lejano, cambiar la política de un país o salvar vidas gracias a complejas operaciones son solo los que merecen el aplauso y el reconocimiento de la sociedad. Descubrí entonces que eso de aprender a “ser feliz”, “comerse el mundo” o “ganarse el cielo” es algo sumamente de andar por casa; algo que las madres, en particular, nos ganamos cada día entre papillas, pucheros y cabezadas.

A medida que crecen nuestros hijos (nosotros ya tenemos dos adolescentes), las cosas cambian y una es capaz de dormir del tirón. Una ya es persona. Una ya puede volver a ponerse sus mejores galas sabiendo que no se va a manchar de leche y fruta. Pero entonces, cambian las tareas de «madre». Llegan otras preocupaciones mayores, tal y como me decía mi sabia madre: «niños pequeños, problemas pequeños; niños grandes, problemas grandes». Los bebitos a los que antes cambiabas pañales de madrugada con los ojos medio cerrados, ahora tienen una voz grave, quieren salir y empiezan a tener largas conversaciones por teléfono con chicas. Una tiene que contenerse para no asustarse y asombrarse de cómo han pasado catorce años de un plumazo sin apenas darte cuenta.

Tal y como nos contaron en un encuentro de formación para familias con hijos adolescentes ¡ahora empieza lo «divertido”! Llegará en un par de años la época en la que tendremos que pensar si les dejamos ir a discotecas (aunque sean solo de tarde) y maquinar cómo lo haremos para que lleguen a casa seguros (si bien eso implique irles a buscar a la puerta en pijama de snoopy para «avergonzarles» y que no se les ocurra llegar tarde nunca).

Cambiaremos el no dormir de noche para darles el pecho, por desvelarnos pensando si todos los valores que les hemos inculcado con tanto esfuerzo les sirven ahora para decir que no a alcohol, drogas y sexo. El peor temor de todos los padres culminará entonces, sin duda.

en esta tarea complicada a la par que gozosa (…) las madres, insisto, no somos heroínas

No obstante, en esta tarea complicada a la par que gozosa – la educación de nuestros hijos – las madres, insisto, no somos heroínas. Personalmente no habría llegado a criar nuestros cinco hijos sin el apoyo incondicional y ayuda de mi marido, porque la crianza es cosa de dos. Ambos hemos vivido juntos estos intensos catorce años, con nuestros más y nuestros menos, pero gracias a nuestro amor y a nuestra fe seguimos aquí, al pie del cañón viendo los interesantes años que se nos vienen por delante con todos estos niñitos pasando por sus respectivas adolescencias.

Eso sí, ahora que soy madre, no puedo dejar de pensar en la mía que tanto nos dio a nosotros siete. Ahora entiendo todas las renuncias, agobios y sacrificios, y no es para menos. Ser madre es dejar de pensarte en soledad, es pensar en ti desde otra identidad, pensarte en relación a otras nuevas personas y querer cuidarte porque tienes responsabilidad del cuidado de otros para que no les falte de nada, ni en lo material, ni en lo espiritual, ni en lo psicológico, ni en ninguna otra dimensión. Es, en definitiva, uno de los mayores actos de amor y generosidad que puede hacer una mujer.

Importante también subrayar que – por muchas sombras que podamos vivir – no dejemos de hablar en el día a día con quien compartimos esa nueva identidad: con el padre de nuestros hijos, con nuestro marido. Poder contarnos nuestros sueños, ilusiones y preocupaciones; porque por mucho que – como madres – nos demos a nuestros hijos; llegará un día tarde o temprano en el que se irán de casa, y nos quedaremos mamá y papá solos, cara a cara, mirándonos a los ojos. Y, entonces, nos daremos cuenta de que – por sorprendente que pueda sonar – lo más importante no serán ya los hijos – el fruto de nuestro amor – sino aquel que, contigo, les dio vida, aquel que seguirá generando contigo vida y amor hasta el final de vuestros días. Eso sí que será ser realmente madre. Porque el legado más bonito que se puede dar a los hijos, es el de un padre y una madre que envejecen juntos queriéndose.


María Menéndez (Madrid, 1985) felizmente casada y madre de cinco hijos . Soy licenciada en Periodismo. Escribo en mi cuenta @conmdemadre desde 2011 dónde hablo de maternidad de andar por casa en mi día a día.